Sen, Mala

La golpearon con un bastón. Le introdujeron un palo en la vagina. Rapada y con la cara tiznada, la montaron en un burro y la exhibieron en la plaza del mercado... Mientras agonizaba, Prakash pidió agua. Sus asesinos le vertieron agua hirviendo en la boca y a continuación queroseno. Falleció hacia las tres de la tarde. No se ha emprendido ninguna acción contra sus asesinos. Estas palabras tan sobrias y ese dolor tan grande no pertenecen a una leyenda del pasado, sino al sumario de un caso que se dio en el pueblo de Jaitsar en 1997 Prakash murió simplemente por protestar ante una injusticia, y como ella mueren cada año cientos de mujeres, brutalmente golpeadas o quemadas por sus maridos ante la mirada distraída y corrupta de las fuerzas del orden. Ser mujer en India es aún hoy casi un pecado: una niña al nacer no es más que un fardo pesado que los suyos tendrán que arrastrar hasta el día de su matrimonio, cuando por fin sea la familia del marido quien se haga cargo de darle cobijo y sustento a cambio de una dote sustanciosa, que a menudo es difícil de conseguir. Así se explica que algunas madres recurran a los servicios de la comadrona para envenenar a sus crías recién nacidas y que muchas parejas decidan abortar al enterarse de que su próximo hijo será hembra. Así las cosas, el miedo se viste de respeto en unos hogares donde los deseos del varón son órdenes, y la desesperación puede llevar a una joven de dieciocho años a inmolarse en la pira donde todavía arden las cenizas de su difunto esposo. Mala Sen quiso saber qué se escondía tras la mirada triste de las mujeres de su país, y viajó a distintos lugares de India en busca de una respuesta. Fuego sagrado es el magnífico resultado de ese trabajo ingrato, donde el sufrimiento se convierte en denuncia para que nadie ya descanse en la ignorancia.

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