Lamb, Harold
En los últimos días del año 800, Carlomagno fue coronado emperador por el papa León III. Sus dominios se extendían entre los Pirineos y el Elba, y desde el Tíber hasta el mar del Norte. Y ahora, el Pontificado de Roma se ponía bajo su protección, igual que el patriarca de Jerusalén que por ese tiempo, y con similar propósito, le enviaba el estandarte de la ciudad y las llaves del Santo Sepulcro. Arbitro de Occidente, artífice de Europa, dotó a su imperio de una unidad, religión y sistema institucionales; pero sobre todo logró una misma civilización. Gracias a él, a su empeño y ansia de saber, la cultura —hasta entonces confinada en conventos— comenzó a propagarse.