Matijević, Vladan
Esta es una novela donde lo poético y lo pornográfico se materializan en la figura imposible de Mimí Akcentijević, una proyección en negro sobre blanco de las fantasías más animales y delirantes de su creador. Compuesta por capítulos breves en los que se ofrecen distintos matices de la relación de la protagonista con el mundo, Las aventuras de Mimí Akcentijević es un canto a los placeres más carnales, pero también la reflexión irónica de un hombre frente al objeto de su deseo, dotado de una personalidad propia y arrolladora. Ciertas novelas es imposible olvidarlas. El sexo más inteligente, el más vulgar con Mimí Akcentijević. Posar los ojos sobre Mimí Akcentijević es como sufrir un súbito ataque de fiebre y relamerse de gusto, todo a la vez. Mimí tiene todo lo necesario y algo más. Deseable, desenfrenada y tan audaz que es inmune a cualquier vituperio, porque para imaginación, ninguna como la suya. No es posible inventar nada que ella no haya hecho ya. Y sobre todas las cosas, a Mimí le gusta gustar y quedar satisfecha, en eso es insobornable. Mimí es sabia, sabe que nada tiene sentido, entonces ¿por qué enojarse o ponerse de mal humor? Ella siempre está bien, ríe a menudo, casi a todas horas —menos cuando está en otros menesteres; si la ocasión lo merece, jadea y gime y pide más, porque en el placer es poco menos que insaciable— y su risa es sumamente contagiosa. Su coquetería es peligrosa. Un sábado, el doctor Kostić tuvo que renunciar a la sacrosanta salida semanal con su esposa porque Mimí le plantó un ultimátum: o iba con ella o ya podía olvidarla para siempre. Mimí necesitaba tener la certeza de que su apetito por ella seguía siendo inexcusable. En realidad, Mimí es una bendición: tiene que existir, y si no existe hay que inventarla, fantasear sobre ella, a su lado o incluso tras ella si hay ocasión. Stojko Čukavac tenía miedo de casi todo, incluso llegó a temer encontrarse con una vagina dentada. Pero este último terror casi se ha esfumado del todo, podríamos decir que Mimí lo curó, y esta gran victoria la hace, cuanto menos, gloriosa.