Rivero Rodríguez, Manuel

En 1554, Felipe II, antes de que Carlos V, su padre, abdicara, y en vísperas de contraer matrimonio con María I de Inglaterra, ciñó la corona real de Nápoles y la ducal de Milán. El emperador creyó conveniente que su hijo se presentase ante su futura esposa no sólo como príncipe del heredero, sino como soberano igual en dignidad. La elección de los dominios italianos como dote no fue producto del azar, como el lector podrá comprobar a través de estas páginas, Italia iba a ocupar un lugar muy importante en el diseño de la Monarquía Hispánica, y la cesión de dichos Estados al Príncipe marcaría un largo periodo de la Historia en la que los destinos de Italia irían íntimamente ligados al devenir de la Monarquía de los Austrias. En ella, Italia no tuvo un lugar marginal; se puede decir que estuvo siempre presente en el centro de! sistema y que, como peculiar banco de pruebas, sirvió para bosquejar los principios por los que habría de regirse. Las reformas experimentadas en el gobierno y administración de aquellos territorios fueron experiencias provechosas para el conjunto del sistema, permitieron afinar la relación centro-periferia, ordenar el espacio de la Monarquía territorializándola, definir el papel de la Corte respecto a los centros de poder provinciales y delimitar la participación de la nobleza y de los letrados en la máquina del gobierno.

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