Llop, Nuria
Madrid, 1642. Pablo puede olvidarse de su carrera como médico de la corte. Y todo por culpa de la Inquisición. Ha soportado el cautiverio gracias al recuerdo de Constanza, el amor (no correspondido) de su vida. Pero cuando recupera la libertad descubre que ha perdido su casa y, peor aún, que Constanza ha vuelto a casarse. Solo le queda una opción: instalarse en la vivienda que su madre comparte con sus inquilinas, dos mujeres jóvenes y sin compromiso. Pronto recibirá una oferta que –en principio– Pablo no está en condiciones de rechazar. Lucía busca un hombre que ejerza de esposo sin dictar normas ni interponerse en sus decisiones. Por eso ve en el hijo de su casera –instruido, atractivo y, dada su condición de hereje, con opciones limitadas en el mercado marital– el candidato perfecto. Ni siquiera le importa que siga enamorado de otra mujer. Pablo considera descabellada la proposición, aunque Lucía tiene un plan para convencerlo. El problema es que no es la única estrategia que se está fraguando bajo el mismo techo. Pablo se pregunta quién lo denunció al Santo Oficio por supuestas prácticas heréticas. Al mismo tiempo, también quiere averiguar qué secretos esconde la misteriosa, persuasiva y deseable Lucía. Tal vez comprenda que, aunque le pese, el sentimiento que Constanza despertaba en él no era tan intenso como la pasión que ya empieza a dominar su voluntad.