Uribe, Diego

DICEN QUE SOY UN MONSTRUO, YO ME CONSIDERO UN DIÓS MUERTE Desde pequeño, he estado fascinado con la muerte. Odiaba a las personas y me odiaba a mí mismo. Estaba tan lleno de odio que no había lugar dentro de mí para sentimientos como el amor, la pena, la ternura, la dignidad o la moralidad. Sentía placer lastimando a los seres vivos y animales que fueran más débiles que yo. Y a menudo me preguntaba. ¿Por qué no puedo matar? Si de todas maneras vamos a morir. VOCES Me acosan y me martirizan. La de mi madre, la de mi padre y, posiblemente, la de todos los difuntos de la historia. Ya solo quiero a Teo, pero está muerto. Lo ejecutaron una fría mañana de abril en una prisión estatal. Una muchedumbre infecta agolpada a las puertas celebraba su llegada a la Vieja Chispitas. Nunca lo olvidaré. MADRE Y luego está mi madre, la verdadera culpable. Murió al poco de marcharme a los Estados Unidos. El degenerado de mi padre acabó con su vida. La maltrataba día y noche, al igual que a mí. No pude resistir más y los abandoné, aunque volví a Almería unos años después para cumplir uno de mis sueños: vengarme de la humanidad. PRIMERA VEZ Me encontraba a las puertas de un cine una noche lluviosa cuando una chica pasó junto a mí. Un lado de mí dijo: Qué chica tan atractiva, me gustaría hablar o salir con ella pero otra parte de mí se preguntaba cómo se vería su garganta estrangulada con unos pantis. Era el vivo retrato mi madre. Sentí mi corazón desbocado y sudor frío por el cuerpo mientras la voz de Teo me decía: Mátala, mátala, no seas cobarde. La seguí hasta el portal de su casa. Allí empezó esta historia.

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