Abe, Naoko

En Japón cada primavera la floración de los cerezos es una fiesta de los sentidos, y todo un símbolo de la cultura del país. Lo que casi nadie sabe es que si hoy sigue vivo ese patrimonio de la humanidad es gracias a un inglés llamado Collingwood Ingram. En varios viajes a Japón quedó fascinado por las múltiples variedades de cerezos y, cuando en 1919 se instaló en Kent, descubrió alborozado que en el jardín de la casa que su familia había alquilado había dos espléndidos cerezos japoneses. En 1926 emprendió un nuevo viaje a Japón y descubrió que, debido a la occidentalización y a la decisión de apostar por una única variedad clonada, se estaba perdiendo la riquísima diversidad de cerezos japoneses, incluido el espectacular Taihaku o «Gran blanco». Ingram dedicó su vida a salvaguardar esos árboles y a proteger la tradición del sakura (palabra japonesa para referirse al cerezo en flor).

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