Relimpio Astolfi, Federico
Desaparecido. A Julio se lo ha tragado la tierra. Su madre lanza la voz de alarma: esta vez no es como las otras. Su hijo predilecto se ha perdido en los claroscuros de los cuadros a cuyo estudio se dedica con pasión. Nada. Ni una sola pista. El policía encargado, Amador, olisqueará las calles una y otra vez, sin dejar un solo cubo de basura por remover. Ante el olfato del agente, un rastro de drogas y clubes de alterne. Mafias, palizas y cadáveres. Todo invita a dejar caer el caso en las marañas de los ajustes de cuenta. Casos sin resolver, de relativa importancia. A fin de cuentas, solo se trata de una guerra entre cucarachas. Pero, en estos conflictos, a veces salen a relucir nombres inesperados, bien situados en la órbita del poder y en las instituciones académicas. Figuras de relieve, al amparo de toda sospecha. Lentamente, y contra todo pronóstico, la tozudez del viejo sabueso le lleva a descubrir que la tranquilidad de la vieja ciudad de provincias es solo aparente. Y que el reparto del poder esconde celosamente lujos y prebendas pagados con dinero público. Pero todo reparto genera descontentos, que fácilmente se convierten en traidores y chivatos. De este modo, en un lodazal de imposible avance, pasan meses, y luego años. El caso se entierra en la memoria de todos, menos en la obstinación de un viejo policía, perdido sin remedio en la desesperanza de los ojos de una madre. Suficiente gasolina para un viaje a ninguna parte, donde Amador se sorprenderá a si mismo haciendo curiosos aprendizajes. De cómo el poder, incluso el democráticamente elegido, posee mecanismos eficaces para borrar del mapa a un ciudadano molesto. Y cómo de madrugada, bajo el asfalto de lugares apacibles, aúlla una fiera de cuyos colmillos pocos sospechan el alcance.