San Sebastián, Isabel

Isabel San Sebastián vuelve a la novela histórica con una nueva aventura de Alana de Coaña, La visigoda, su personaje más famoso, y nos ofrece un viaje fascinante al origen de un camino que cambió la historia del mundo. Año 827. En su pequeña corte guerrera, Alfonso II el Casto, rey de Asturias y aliado de Carlomagno, recibe una extraordinaria noticia: en un bosque próximo a Iria Flavia, allá donde termina el mundo, han aparecido los restos del apóstol Santiago. ¿Es posible tal prodigio? El rey decide acudir al lugar, a fin de aclarar el misterio. En la comitiva marchan nobles enredados en intrigas, fieros soldados, cautivos sarracenos, monjes custodios de turbios secretos... un fiel reflejo de ese tiempo turbulento, cuyo epicentro es un rey determinado a salvar su reino. Y junto a él cabalga Alana, con la esperanza de encontrar a su hijo desaparecido y el desafío de narrar, sin saberlo, la primera peregrinación jacobea de la Historia. «Me llamo Alana. Por mis venas corre sangre astur y sangre goda. Sirvo a don Alfonso el Magno, rey de Asturias. Mis ojos cansados han visto horrores sin cuento, pero antes de cerrarse para siempre tal vez puedan contemplar el lugar donde reposa el apóstol Santiago» Nota de la autora A finales del siglo IX la noticia del hallazgo del sepulcro de Santiago en el finis terrae de Occidente había sido ampliamente difundida y aceptada al norte de los Pirineos. Así lo atestiguan varios martirologios de la época, como los de Ado de Viena, Usuardo de Saint-Germain-des-Prés (867) o Notker de Saint Gall. Pocas décadas después, peregrinos procedentes del norte y este de Europa llegaban regularmente hasta la humilde basílica mandada levantar sobre la tumba por Alfonso II de Asturias, soberano de esas tierras. El Archivo de la Catedral de Compostela conserva una donación realizada por dicho rey a esa iglesia en el 834. El mismo documento da cuenta de la peregrinación realizada por el monarca al «lugar santo» descubierto unos años antes, sin precisar la fecha exacta del descubrimiento ni tampoco la de la visita.

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