Charrière, Henri

Papillon es una novela puramente autobiográfica que irrumpió en 1970, vendiendo cientos de miles de ejemplares, y aportando su granito de arena para una revolución en la forma de narrar, sobretodo en una nueva frialdad en primera persona, pocas veces vista hasta entonces. En la década de los 30, Henri Charriere (de apodo Papillon, mariposa en francés) es un hombre condenado por un crimen que no cometió. Es enviado a la Isla del Diablo, en la Guayana Francesa, donde la vida en la cárcel es durísima, en medio de la miseria y la alienación. Sus persistentes intentos de fuga, unido a sus aventuras posteriores, convierten a Papillon en una novela trepidante, en una estimable historia de acción y aventuras, y una lectura fácil y amena. Pero lo que más me interesa de Papillon no es el contenido, que trata una y otra vez su ansia de escapar hasta establecerse en Venezuela, o su tendencia a mostrar que nada es imposible, que querer es poder y que la libertad es uno de los bienes más preciados del ser humano (si no el más). Papillon es curiosísima sólo por su forma de narración. Y es que Charriere narra en presente sus andanzas, de modo íntimo pero a la vez dotado de una gelidez inusual en este tipo de relatos. Personalmente se me viene a la cabeza la narración en primera persona utilizada por Haruki Murakami en sus novelas más populares. Lo paradójico es que, a pesar de ser narrado en presente, parece como si la lejanía temporal de lo ocurrido proporcionara a su autor un distanciamiento en cuanto a juicios, una objetividad implacable. La explicitud en los detalles sobre la cotidianeidad en la cárcel la convierten, por derecho propio, en la novela más interesante dentro de un hipotético subgénero “carcelario”. Fue adaptada en 1973 por Franklin J. Schaffner con el actor Steve McQueen como Henri Charriere, aunque resultaría ciertamente fascinante que un director como Frank Darabont (responsable de las películas Cadena Perpetua o La Milla Verde) se interesara en trasladar al cine esta obra. Empieza muy bien, con un narrador que consigue una empatía y una implicación por parte del lector inigualables, consigue que el lector sienta como que realmente está ahí, testigo de las penurias del protagonista-narrador. Tiene un declive importante cuando consigue escapar de la cárcel, y sólo consigue mantener el interés por un atrevido tono sexual y una atmósfera de tensión e incertidumbre propia de un fugitivo. De todas maneras, lo cierto es que el carácter épico de la historia, unida a la fuerte personalidad del personaje (que sin embargo no es revelada a través de reflexiones, sino de palabras y actos), hacen de Papillon una novela que obligatoriamente hace mella en el lector. A lo largo de la mitad del libro, su lectura se hace más tediosa e incierta. Sin embargo, dejar pasar el bache narrativo da su fruto, y tenemos un final a la altura, que gana mucho valor al ser consciente de que todo lo relatado ocurrió en verdad a su autor, que sabe mantener un pulso adecuado entre realidad y ficción, sin caer en la hagiografía ni en la autocompasión. Absolutamente recomendable.

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