Genet, Jean
La diferencia entre los novelistas y Jean Genet radica casi especialmente en que aquéllos escriben en tanto que éste evangeliza. Nuestra señora de las Flores es más que una gran novela; un escrito sagrado de un santo moderno, existencial, profundamente responsable de las devociones inmensas del ser frente al ser. El mundo de la novela nace fuera de París (aunque en París) y también más allá del mundo (aunque casi siempre detrás del mundo) pese a que la obra no trata elementos fantásticos. Pero lo que escribe Genet tampoco es realista, porque a cada paso en la muerte o en el crimen, en la desviación o el amor que de la desviación brota, existe una semilla como de materia divina que nos obliga a contemplar un paraíso o un infierno. Genet no es una ascesis; tampoco una concupiscencia gloriosa. Es una gravedad insistente que abre las puertas del inundo alto del espíritu. "Si tengo que representar a un presidiario o un criminal, dice, lo adornare con tantas flores que al desaparecer bajo ellas se convierta en otra gigantesca, nueva".