Smith, Martin Cruz

El cuerpo, o lo que quedaba de él, flotaba en la bahía de La Habana la mañana en que Arkady Renko llegó de Moscú. El día antes había recibido un mensaje urgente de la embajada rusa en La Habana, anunciándole que su amigo Pribluda había desaparecido y reclamando su presencia en Cuba. Los cubanos insistían en que el cuerpo que flotaba atado a un neumático era el de Pribluda, pero Arkady no estaba tan seguro. Y en todo caso, no le parecía que flotar atado a un neumático fuera una muerte natural. Sin embargo, en el último reducto del mundo comunista, los rusos ya no son los camaradas de antaño y la policía cubana no está dispuesta a abrir una investigación por asesinato. Como dice Ofelia Osorio, detective de la Policía Nacional de la Revolución, a nadie le importa si es un ruso muerto o un ruso vivo. Pero al ruso muerto lo siguen los asesinatos de un boxeador y una prostituta, ambos cubanos. Si bien se supone que no debe investigarse ninguno de estos homicidios, no hay modo de parar a Arkady. No habla español y no sabe nada sobre Cuba, pero hay algo en esta deslucida, hermosa y peligrosa ciudad de La Habana —el ritmo de las olas al golpear el malecón, la insinuación constante de música en el aire y la propia Ofelia— que obliga a Arkady a abandonar su retiro y zambullirse en la vida.

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