Shakespeare, William

Esta obra cierra la tetralogía que se completa con las tres partes de “Enrique VI”, siendo “Ricardo III” la obra más acertada de las cuatro. Narra la historia de la monarquía inglesa desde 1471 (muerte de Enrique VI) hasta 1485 (muerte de Ricardo III). El protagonista es dibujado como un asesino vil, deforme, ambicioso y corrupto. Ricardo III es asociado en el texto (e históricamente) con un jabalí. Esto se debe a que su propia marca heráldica llevaba este animal como insignia, y su propia deformidad bestial le hacía parecerse a este animal. Este drama histórico en cinco actos, en prosa y en verso, fue escrito por Shakespeare hacia 1593 e impreso en in-cuarto en 1597, 1598, 1602, 1605, 1612, 1622, y en in-folio en 1623. Los hechos históricos están casi todos tomados de las crónicas de Edward Hall o Halle (“La unión de las dos nobles e ilustres familias de Lancaster y de York”, 1548) y de Raphael Holinshed, ambas basadas, a su vez, en las “Anglicae Historiae” (1534) de Polidoro Virgili de Urbino (1470-1555?), y en la incompleta “Historia del rey Ricardo Tercero” (1513), atribuida a Tomás Moro. Sin duda, se trata de una de las más completas representaciones del desquiciamiento que trae consigo la ambición y el afán de poder cuando se establecen como tiranía. En el centro del drama se halla el personaje del usurpador Ricardo, duque de Gloucester, aparecido ya en Enrique IV. Ricardo, escondiendo bajo benignas apariencias sus diabólicos planes, hace que su hermano Eduardo IV sospeche del otro hermano, Jorge, duque de Clarence, y lo ponga en prisión; luego hace que sus sicarios lo maten y arrojen a una cuba de malvasía. Ricardo corteja a Ana, viuda de Eduardo, príncipe de Gales, en tanto ella sigue al féretro de su difunto marido, episodio que hace pensar en la famosa situación de la matrona de Éfeso en el Satiricón de Petronio, porque Ana, después de haber insultado a Ricardo, cede a sus pretensiones de amor. Muerto Eduardo IV, Ricardo, convertido en protector del reino durante la minoría de edad de Eduardo V, conspira para usurpar el trono. Recluye al joven rey con su hermano Ricardo en la Torre de Londres, y con la ayuda del duque de Buckingham se hace proclamar rey. Hace asesinar en la Torre a los hijos de Eduardo IV, y quita de en medio a los pares no partidarios suyos: Hastings, Rivers y Grey.Para fortalecer su posición, el usurpador repudia a Ana para casarse con su joven sobrina, Elisabeth de York, hija de Eduardo IV, y, en una escena parecida a la de la conquista de Ana, persuade a la viuda de Eduardo IV, la reina Elisabeth, a consentir en el matrimonio. El duque de Buckingham se rebela ante la ingratitud de Ricardo, declarándose por el conde de Richmond, pero es capturado y condenado a muerte. Por fin las tropas del usurpador combaten con las de los rebeldes en Bosworth (1485) y Ricardo, después de una noche atormentada por la espantosa visión de sus víctimas que se le aparecen (escena que no se cree de Shakespeare), es muerto en la batalla. Richmond asciende al trono con el nombre de Enrique VII. Psicología y estilo han parecido demasiado elementales para ser de Shakespeare, pero la obra muy bien puede ser suya, si se piensa no en el Shakespeare de las grandes tragedias de la madurez sino en el de las primeras tentativas, todavía influidas por sus predecesores, sobre todo por Christopher Marlowe (1564-1593). El episodio de la muerte de los jóvenes hijos de Eduardo, narrado por un personaje que ejerce la función del mensajero de la tragedia clásica, es famoso, y sugirió un cuadro muy notable de Paul Delaroche (1797-1856). Es también famosa la exclamación de Ricardo, que busca una nueva cabalgadura en la batalla de Bosworth: "Un caballo, un caballo, mi reino por un caballo". Nos encontramos ante una tragedia histórica cuya trama, en ocasiones, aparece especialmente complicada, por lo que resulta obligado investigar minuciosamente quién es cada personaje. Pero por encima de esto, hay momentos cumbre que resultan insuperables. Ricardo es un personaje muy rico, que más allá de su abyecta maldad, tiene un don de la palabra absoluto, tanto en los parlamentos que usa para convencer a sus adversarios, como cuando reflexiona en soledad o arenga a sus tropas. Toda su impostura al servicio de la consecución del poder queda, sin embargo, anulada en el momento en que ve próxima su muerte: ofrece su reino a cambio del caballo que le salvaría la vida. Un nuevo rey le sustituye, prolongando la eterna rueda de la Historia.

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