Vallejo, Fernando

Fernando Vallejo abunda en el planteamiento utilizado en La Virgen de los Sicarios: un viaje suyo a su Medellín natal y el seguimiento de un personaje que vive en el filo de la muerte, todo ello utilizado casi como mera anécdota argumental sobre la que clavar sus comentarios personales, agudezas y exabruptos de anarcoburgués que, aunque acomodado, no se resiste a hacer notar con estridencia una disconformidad que ya casi es meramente ritual. Da incluso la sensación de que con la insistencia y exageración de sus pullas hacia sus habituales bestias negras (el Papa, los gobernantes colombianos, el inexistente pero malvado Dios, la herencia española y la inconsciencia y maldad básica de la especie humana) quiere dar a entender que ya ni él mismo se puede tomar en serio y sus críticas sociales no son más que excusas para verter su inagotable agudeza irónica. El narrador-protagonista llega a Medellín cuando su padre se está muriendo y su hermano Darío se acerca también a la muerte por sida, incapaz de dejar sus vicios o de seguir en serio un tratamiento médico que pueda siquiera paliar su situación. Procurando alejarse de la presencia de su odiada madre (a la que designa siempre como la Loca y atribuye la necedad y la maldad más absoluta), este Vallejo personaje y narrador (nunca sabremos hasta qué punto es real lo que cuenta) se describe administrando a su padre una sustancia letal para ahorrarle sufrimientos y paseando por el tribulado Medellín en compañía de su incorregible hermano sidoso. Una vez muerto y enterrado su padre y vista la imposibilidad de mejorar la suerte de Darío, y sin nada más que hacer allí, Vallejo toma un taxi, ofrece al taxista el doble de la tarifa a condición de que no ponga la radio y antes de llegar al aeropuerto para viajar a México, se entera de la noticia de la muerte de su hermano.

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