Pratchett, Terry
Teppic tuvo que cursar estudios en la Escuela de Asesinos de Ankh-Morpork, una de las instituciones educativas de mayor prestigio en el Mundodisco. No es que fuera a servirle de mucho en su futuro papel de faraón, pero su padre era de la firme opinión de que los únicos seres felices del Mundodisco son las gaviotas. Esto..., perdón, lo que en realidad creía es que es importante que un joven tenga algo en lo que entretenerse y, de este modo, evite meterse en problemas. O algo así.
Sin embargo, la educación de Teppic no incluía ningún consejo sobre cómo actuar delante de alguien como Dios, el sumo sacerdote que había venido velando por la paz espiritual de los súbditos de la dinastía desde..., desde que..., bueno, al menos desde hacía un montón de tiempo. Dios tenía perfectamente claro lo que debía hacerse y cómo debía ser hecho y sobre todo, sabía que era un realidad lo que pretendía decir Teppic en las ceremonias oficiales y lo interpretaba con precisión sorprendente. O al menos eso era lo que opinaban los demás: Teppic estaba demasiado ocupado farfullando tras su máscara ceremonial para que nadie pudiera entenderlo demasiado. Por lo demás, tenía la vaga sospecha de que si hubiera sido capaz de hacerse entender directamente tampoco habría servido de nada.