Pearson, Allison
Vuelos frecuentes a las ciudades más importantes del planeta; conferencias telefónicas diarias con analistas financieros desde su despacho en Londres; decenas de e-mails inundando su buzón; listas para recordar compras, asuntos pendientes y regalos para los niños; listas para recordar la lista anterior y otras cosas que ya ni sabe por qué las apuntó; discusiones con la niñera, los suegros, el marido. La vida frenética de Kate no permite ningún respiro. Ser gestora de inversiones de una de las firmas más antiguas de Londres es, sin duda, una tarea apasionante, exigente y difícil. Aunque si a eso se le suma tener un marido, dos hijos pequeños, la necesidad de ser una madre responsable y disfrutar, en contadas ocasiones, de algún tipo de vida social, el listón de dificultad se dispara por el firmamento y la existencia se convierte, francamente, en un juego imposible. En un ambiente laboral de yuppies feroces volcados en la misión de convertir los millones de sus inversores en miles de millones más, cualquiera que pretenda tener una vida fuera de la oficina es un bicho raro. Pero en un entorno familiar tradicional salpicado de continuas actividades escolares, cumpleaños, visitas a los abuelos, celebraciones de Navidad y un eterno etcétera, todo aquel que tenga un trabajo que le consume la vida es recibido tan calurosamente como un visitante de Marte. A sus treinta y cinco años, Kate Reddy ya no tiene ninguna duda al respecto. Una madre ejecutiva es un agente doble. Por eso comienza las mañanas fingiendo que ha leído el Financial Times. Y acaba las noches disfrazando tartaletas del super con azúcar glas para que, en la próxima reunión de su hija, todos crean que ella -como cualquier buena madre que se precie- también tiene tiempo para cocinar pastelillos caseros.