Christie, Agatha
El avión se acercaba ya al canal de la Mancha cuando la pasajera del asiento número doce, madame Giselle, inclinó la cabeza hacia adelante. Cualquiera hubiese dicho que se había quedado dormida. Cualquiera, menos el asesino que acababa de matarla. El pequeño dardo se clavó en el cuello de la víctima y el veneno surtió su efecto sin que ninguno de los demás pasajeros ni ningún miembro de la tripulación se diese cuenta de nada. El caso tendría todos los visos de lo insoluble si no fuera porque en el avión viajaba también Hercules Poirot.