Farmer, Philip José

Todo el mundo debería temer únicamente a una persona, y esa persona debería ser él mismo. Esta era la frase favorita del Operador.

El Operador había hablado mucho también de amor, diciendo que la persona más temida debería ser también la más amada. El hombre conocido por algunos como X o el Misterioso Extraño no se amaba ni se temía a sí mismo más que a los demás. Había tres personas a las que había amado más de lo que pudiera haber amado a cualquier otra. Su esposa, ahora muerta, a la que había amado pero no tan profundamente como a las otras dos. Su madre adoptiva y el Operador, a los que había amado con igual intensidad, o al menos así lo había creído en su tiempo. Su madre adoptiva estaba a años luz de distancia, y no había tenido que tratar con ella hasta ahora y probablemente no tuviera que hacerlo nunca. Ahora, si ella supiera lo que él estaba haciendo, se sentiría profundamente avergonzada. El que él no pudiera explicarle por qué estaba haciendo aquello, justificándose así a sí mismo, todavía lo apenaba más. Aún amaba al Operador, pero al mismo tiempo lo odiaba. Ahora X aguardaba, a veces pacientemente, a veces impacientemente o furiosamente, al fabuloso aunque auténtico barco fluvial. El Rex Grandissimus se le había escapado. Ahora su única posibilidad era el Mark Twain. Si no conseguía subir a bordo de ese barco... no, el solo pensamiento era insoportable. Tenía que hacerlo.

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